Era un hombre rígido, severo y reservado,
pertenecía a la tribu de los Teques según las versiones de los historiadores.
Su nombre significa, Pájaro de vistoso plumaje.
Fue hombre de confianza del Gran Cacique Guaicaipuro. Al morir
este, queda como jefe guerrero bajo el mando del Cacique Conopaima.
Para 1570 el proceso de conquista del
territorio venezolano por parte de las huestes españolas, se encontraba en una
etapa avanzada. Era evidente pues para los indígenas como se habían perdido
todos los territorios cercanos a Caracas, sus serranías adyacentes y gran parte
de la cercana y sinuosa costa caribe. Por lo pronto se encontraban ya en poder
de los "encomenderos" todos los muy extensos valles que desde el
Ávila se extendían hasta las montañas de Barlovento. En ese mismo año, bajo el mando de los Caciques Conopaima y Terepaima, participa en los ataques contra la
recién fundada Santiago de León de Caracas.
Posteriormente, se supo de una incursión de
Sorocaima en la costa, en la que había logrado arrebatarle a unos aventureros
un buen lote de animales-caballos y ganado vacuno-recién embarcados en una
pequeña ensenada cercana a los antiguos dominios de Guaicamacuto. Poco a poco,
la figura de Sorocaima fue convirtiéndose en un signo de la resistencia
indígena a la dominación española, sin embargo, los Encomenderos no lograban
precisar el lugar exacto en el que se encontraba organizado el duro guerrero
caribe. En tal sentido, inútiles resultaron las exploraciones realizadas en
torno al célebre "Peñón de Los Teques", ya que el caudillo no se
encontraba por allí. Tampoco pudo darse con él en el vasto territorio agrícola
conocido por como las tierras de Salamanca, las cuales se extendían desde
Petare hasta Barlovento.
Luego de esto, una serie de encuentros
entre españoles e indígenas comenzaron a sucederse sin interrupción. La moral
india, quebrantada de por sí, sufrió un nuevo golpe con la inesperada muerte de
Acaprocopón, prestigioso jefe que acompañaba a Sorocaima. El frente aborigen
aceptaba de manera inexorable su final, ante lo cual Sorocaima luchaba por
levantar el decaído espíritu.
Conseguida por Pedro Alonso la pacificación de
los Mariches, restaba para la quietud y aumento de la ciudad de Santiago
sujetar la provincia de los Teques, cuya nación altiva, conservando todavía las
antiguas máximas de su Cacique Guaicaipuro, no sólo se mantenía rebelde a la
obediencia española, sino que fomentaba a los demás con sus arbitrios, para
dificultar por todos lados su conquista, y así por quitar este problema, y
además por el provecho que esperaban con
el beneficio de las minas de oro, que descubrió en aquel partido Francisco
Fajardo y tuvo pobladas Juan Rodríguez, se determinaron los vecinos el año de
setenta y tres a procurar su pacificación a fuerza de armas; bajo las ordenes
de Gabriel de Ávila, Alcalde ordinario de aquel año, salió con setenta hombres
de la gente más lúcida, porque como el interés era común, se alistaron los más
principales de aquella sociedad , y sin hallar oposición en los indios llegaron
a la antigua casa de las minas y real de Nuestra Señora; pero con cuidado por el retiro y suspensión que
experimentaba en los indios la encomenda a Garci-González de Silva (cuyo valor
era en todas ocasiones el primero) salio con treinta hombres a dar una vuelta
por las poblaciones inmediatas; y encaminándose de noche a la del Cacique
Conopoima, que estaba situada en la profundidad que forma el pie de una eminente
roca, a quien llaman El Peñon de Los
Teques, dejó en lo alto de la loma a Martín Fernández de Antequera y a
Agustín de Ancona, hombres de a caballo, con seis soldados de a pie, para que
le guardasen las espaldas, asegurando con aquella prevención la retirada, y con
el resto de la gente bajó a la población, que halló desierta, porque avisados
sus moradores de los indios que trabajaban en las minas de que iban los
españoles a buscarlos, mudaron las mujeres y muchachos a otras poblaciones más distantes, y
todos los varones, capaces de tomar armas, se habían retirado a unas caserías
separadas el valle abajo, dejaron en la
población dos indios escondidos, para que les avisasen si venían los españoles.
A éstos alcanzó a ver
Garci-González al salir por la puerta falsa de un bohío, y corriendo tras
ellos, acompañado de un mestizo del Tocuyo, llamado Araujo, le dio a uno una
estocada de que cayó luego muerto, y prosiguiendo tras del otro, que a grandes
voces iba llamando a los indios, lo alcanzó en una siembra de yuca, que estaba
en una ladera, y tirándole una cuchillada a la cabeza, se la llevó tan de
lleno, que le partió la mitad del cráneo y le echó los sesos fuera; a esta ocasión
llegó Francisco Sánchez de Córduda y
juntándose a Garci-González, cogieron los dos una vereda, que corría de la
misma ladera para abajo, por la cual al mismo tiempo iban subiendo los indios,
que habiendo oído las voces que le dio su centinela, volvían a procurar con las
armas la defensa de su pueblo; pero como la noche era algo oscura y el pajonal
estaba bastante crecido, no pudieron descubrirse unos a otros hasta que llegaron
a encontrarse cara a cara. Entonces Garci-González y Córdoba, aunque los indios
eran muchos, y ellos solos, valiéndose de la conveniencia que les ofrecía la
disposición del sitio, pues lo estrecho de la vereda no permitía capacidad sino
para que peleasen dos a dos, remitieron el desempeño al corte de las espadas y
embistieron contra los indios, habiendo matado a los primeros, los demás se fueron
atropellando unos a otros: y como entonces, a las voces que dio Garci-González
y al ruido de la pelea los indios ya desordenados tuvieron que
huir, con muerte de cuarenta y dos, que perdieron la vida en la ladera;
y siguiendo el alcance hasta las casas que les habían servido de retiro, apoderados
de ellas los españoles, hallaron dentro algunas cotas de malla, espadas, barras
de hierro, diferentes piezas de plata labrada, sortijas y otras alhajas de las
que habían robado cuando mataron a Luis de Narváez, entre las cuales conoció
luego por suyos Pedro García Camacho unos botones de oro, guarnecidos de
diamantes, que perdió cuando, por
fortuna, escapó con vida de
aquella emboscada miserable en que perecieron todos.
Recogidos
con brevedad estos despojos y cuatro indios prisioneros entre ellos Sorocaima,
que se hallaron escondidos en las casas, antes de amanecer volvió GarciGonzález
con su gente a subir a lo alto de la loma, donde había dejado a Martín
Fernández de Antequera con Agustín de Ancona; pero seguido del Cacique
Conopoima (que recogidas sus descompuestas escuadras pretendía tomar
satisfacción del desbarato que padeció aquella noche), antes de llegar a la
cumbre de la loma se halló acometido por la retaguardia con densa nube de
flechas, que disparaban los indios; y aunque el daño que causaron fue muy leve,
sin embargo, Garci-González mandó a Sorocaima, dijese a los demás que no
tirasen, porque si le herían algún soldado manifestaría su enojo,
haciéndolos empalar a todos cuatro; pero
pudiendo más en el bárbaro la gloria de su nación y el rencor de su venganza,
que el aprecio de la vida, burlando la
amenaza, en lugar de ejecutar aquello que le mandaban levantó la voz diciendo: "aprieten
duro que los enemigos son escasos; el triunfo es seguro si no falta
valor..."
animando así al Cacique Conopoima,. Esto irritó a Garci-González tanto, que
mandó le cortasen una mano y lo soltasen, para que de aquella suerte fuese a
aconsejar de más cerca a Conopoima; pero el bárbaro, sin inmutarse en nada al
oír la pronunciación de su sentencia, extendió el brazo con tan gallarda entereza,
que aficionado Garci-González a su garbo y desenfado, lo mandó poner en
libertad, suspendiendo la ejecución y remitiendo el castigo; pero no tuvo, al
juicio de sus soldados, la aceptación
que merecía, pues no faltaron dos de ellos y de los más principales, que sin
que Garci-González lo supiera cogieron a Sorocaima y le cortaron la mano, sin
que les moviese a compasión el sufrimiento con que toleró el prolongado rigor
de aquel martirio, pues como si lo practicaran en un bruto (sólo con el fin de
atormentarlo) le cortaron el pellejo en redondo a la muñeca, y después,
buscándole la coyuntura con la punta de un cuchillo le dividieron la mano,
separándola del brazo: manteniéndose inmóvil al padecer, ni se le oyó un ay, ni
se le escuchó un suspiro; antes con singular desembarazo pidió le diesen su
mano, después que se la cortaron, y cogiéndola en la otra que le había quedado
entera, sin pronunciar más palabra se fue muy paso entre paso para donde estaba
Conopoima, a quien manifestó su desventura y representó su agravio, para que
vengase con las armas la ofensa que había padecido su lealtad, por cumplir como
debía con la obligación de buen vasallo: pero su suerte aterrorizó al cacique
la inhumanidad de aquel castigo, que sin atreverse a a dar demostración alguna,
después de haber estado un rato en suspenso, como absorto en la consideración
de aquel suceso, levantándose entre los
indios una confusa vocería de alaridos, se fueron retirando por el valle,
haciendo Garci-González lo mismo, para el asiento de las minas, donde había
quedado Gabriel de Ávila, donde se experimentaba cada día más abundante el
rendimiento.