5 may 2018

Aborigenes Venezolanos: Sorocaima.



Era un hombre rígido, severo y reservado, pertenecía a la tribu de los Teques según las versiones de los historiadores. Su nombre significa, Pájaro de vistoso plumaje.

Fue hombre de confianza  del Gran Cacique Guaicaipuro. Al morir este, queda como jefe guerrero bajo el mando del Cacique Conopaima.

Para 1570 el proceso de conquista del territorio venezolano por parte de las huestes españolas, se encontraba en una etapa avanzada. Era evidente pues para los indígenas como se habían perdido todos los territorios cercanos a Caracas, sus serranías adyacentes y gran parte de la cercana y sinuosa costa caribe. Por lo pronto se encontraban ya en poder de los "encomenderos" todos los muy extensos valles que desde el Ávila se extendían hasta las montañas de Barlovento. En ese mismo año, bajo el mando de los Caciques Conopaima y  Terepaima, participa en los ataques contra la recién fundada Santiago de León de Caracas.

 Posteriormente, se supo de una incursión de Sorocaima en la costa, en la que había logrado arrebatarle a unos aventureros un buen lote de animales-caballos y ganado vacuno-recién embarcados en una pequeña ensenada cercana a los antiguos dominios de Guaicamacuto. Poco a poco, la figura de Sorocaima fue convirtiéndose en un signo de la resistencia indígena a la dominación española, sin embargo, los Encomenderos no lograban precisar el lugar exacto en el que se encontraba organizado el duro guerrero caribe. En tal sentido, inútiles resultaron las exploraciones realizadas en torno al célebre "Peñón de Los Teques", ya que el caudillo no se encontraba por allí. Tampoco pudo darse con él en el vasto territorio agrícola conocido por como las tierras de Salamanca, las cuales se extendían desde Petare hasta Barlovento.

Luego de esto, una serie de encuentros entre españoles e indígenas comenzaron a sucederse sin interrupción. La moral india, quebrantada de por sí, sufrió un nuevo golpe con la inesperada muerte de Acaprocopón, prestigioso jefe que acompañaba a Sorocaima. El frente aborigen aceptaba de manera inexorable su final, ante lo cual Sorocaima luchaba por levantar el decaído espíritu.

 Conseguida por Pedro Alonso la pacificación de los Mariches, restaba para la quietud y aumento de la ciudad de Santiago sujetar la provincia de los Teques, cuya nación altiva, conservando todavía las antiguas máximas de su Cacique Guaicaipuro, no sólo se mantenía rebelde a la obediencia española, sino que fomentaba a los demás con sus arbitrios, para dificultar por todos lados su conquista, y así por quitar este problema, y además  por el provecho que esperaban con el beneficio de las minas de oro, que descubrió en aquel partido Francisco Fajardo y tuvo pobladas Juan Rodríguez, se determinaron los vecinos el año de setenta y tres a procurar su pacificación a fuerza de armas; bajo las ordenes de Gabriel de Ávila, Alcalde ordinario de aquel año, salió con setenta hombres de la gente más lúcida, porque como el interés era común, se alistaron los más principales de aquella sociedad , y sin hallar oposición en los indios llegaron a la antigua casa de las minas y real de Nuestra Señora; pero con  cuidado por el retiro y suspensión que experimentaba en los indios la encomenda a Garci-González de Silva (cuyo valor era en todas ocasiones el primero) salio con treinta hombres a dar una vuelta por las poblaciones inmediatas; y encaminándose de noche a la del Cacique Conopoima, que estaba situada en la profundidad que forma el pie de una eminente roca, a quien llaman El Peñon de Los Teques, dejó en lo alto de la loma a Martín Fernández de Antequera y a Agustín de Ancona, hombres de a caballo, con seis soldados de a pie, para que le guardasen las espaldas, asegurando con aquella prevención la retirada, y con el resto de la gente bajó a la población, que halló desierta, porque avisados sus moradores de los indios que trabajaban en las minas de que iban los españoles a buscarlos, mudaron las mujeres y  muchachos a otras poblaciones más distantes, y todos los varones, capaces de tomar armas, se habían retirado a unas caserías separadas el valle abajo,  dejaron en la población dos indios escondidos, para que les avisasen si  venían los españoles. 

A éstos alcanzó a ver Garci-González al salir por la puerta falsa de un bohío, y corriendo tras ellos, acompañado de un mestizo del Tocuyo, llamado Araujo, le dio a uno una estocada de que cayó luego muerto, y prosiguiendo tras del otro, que a grandes voces iba llamando a los indios, lo alcanzó en una siembra de yuca, que estaba en una ladera, y tirándole una cuchillada a la cabeza, se la llevó tan de lleno, que le partió la mitad del cráneo  y le echó los sesos fuera; a esta ocasión llegó Francisco Sánchez de Córduda  y juntándose a Garci-González, cogieron los dos una vereda, que corría de la misma ladera para abajo, por la cual al mismo tiempo iban subiendo los indios, que habiendo oído las voces que le dio su centinela, volvían a procurar con las armas la defensa de su pueblo; pero como la noche era algo oscura y el pajonal estaba bastante crecido, no pudieron descubrirse unos a otros hasta que llegaron a encontrarse cara a cara. Entonces Garci-González y Córdoba, aunque los indios eran muchos, y ellos solos, valiéndose de la conveniencia que les ofrecía la disposición del sitio, pues lo estrecho de la vereda no permitía capacidad sino para que peleasen dos a dos, remitieron el desempeño al corte de las espadas y embistieron contra los indios, habiendo matado  a los primeros, los demás se fueron atropellando unos a otros: y como entonces, a las voces que dio Garci-González y al ruido de la pelea los indios ya desordenados tuvieron  que  huir, con muerte de cuarenta y dos, que perdieron la vida en la ladera; y siguiendo el alcance hasta las casas que les habían servido de retiro, apoderados de ellas los españoles, hallaron dentro algunas cotas de malla, espadas, barras de hierro, diferentes piezas de plata labrada, sortijas y otras alhajas de las que habían robado cuando mataron a Luis de Narváez, entre las cuales conoció luego por suyos Pedro García Camacho unos botones de oro, guarnecidos de diamantes, que perdió cuando, por  fortuna, escapó con  vida de aquella emboscada miserable en que perecieron todos.

Recogidos con brevedad estos despojos y cuatro indios prisioneros entre ellos Sorocaima, que se hallaron escondidos en las casas, antes de amanecer volvió GarciGonzález con su gente a subir a lo alto de la loma, donde había dejado a Martín Fernández de Antequera con Agustín de Ancona; pero seguido del Cacique Conopoima (que recogidas sus descompuestas escuadras pretendía tomar satisfacción del desbarato que padeció aquella noche), antes de llegar a la cumbre de la loma se halló acometido por la retaguardia con densa nube de flechas, que disparaban los indios; y aunque el daño que causaron fue muy leve, sin embargo, Garci-González mandó a Sorocaima, dijese a los demás que no tirasen, porque si le herían algún soldado manifestaría su enojo, haciéndolos  empalar a todos cuatro; pero pudiendo más en el bárbaro la gloria de su nación y el rencor de su venganza, que el aprecio de la vida, burlando  la amenaza, en lugar de ejecutar aquello que le mandaban levantó la voz diciendo: "aprieten duro que los enemigos son escasos; el triunfo es seguro si no falta valor..." animando así al Cacique Conopoima,. Esto irritó a Garci-González tanto, que mandó le cortasen una mano y lo soltasen, para que de aquella suerte fuese a aconsejar de más cerca a Conopoima; pero el bárbaro, sin inmutarse en nada al oír la pronunciación de su sentencia, extendió el brazo con tan gallarda entereza, que aficionado Garci-González a su garbo y desenfado, lo mandó poner en libertad, suspendiendo la ejecución y remitiendo el castigo; pero no tuvo, al juicio de sus soldados, la  aceptación que merecía, pues no faltaron dos de ellos y de los más principales, que sin que Garci-González lo supiera cogieron a Sorocaima y le cortaron la mano, sin que les moviese a compasión el sufrimiento con que toleró el prolongado rigor de aquel martirio, pues como si lo practicaran en un bruto (sólo con el fin de atormentarlo) le cortaron el pellejo en redondo a la muñeca, y después, buscándole la coyuntura con la punta de un cuchillo le dividieron la mano, separándola del brazo: manteniéndose inmóvil al padecer, ni se le oyó un ay, ni se le escuchó un suspiro; antes con singular desembarazo pidió le diesen su mano, después que se la cortaron, y cogiéndola en la otra que le había quedado entera, sin pronunciar más palabra se fue muy paso entre paso para donde estaba Conopoima, a quien manifestó su desventura y representó su agravio, para que vengase con las armas la ofensa que había padecido su lealtad, por cumplir como debía con la obligación de buen vasallo: pero su suerte aterrorizó al cacique la inhumanidad de aquel castigo, que sin atreverse a a dar demostración alguna, después de haber estado un rato en suspenso, como absorto en la consideración de aquel suceso, levantándose entre  los indios una confusa vocería de alaridos, se fueron retirando por el valle, haciendo Garci-González lo mismo, para el asiento de las minas, donde había quedado Gabriel de Ávila, donde se experimentaba cada día más abundante el rendimiento.

29 abr 2018

Las Lavanderas Nocturnas

Vivía en la Guajira un cacique indio, jefe de la tribu hipoana, de inflexible carácter y temido por su crueldad.

Este cacique, llamado Caraire, había recogido, desde muy pequeña a una sobrina suya, huérfana, llamada Irua, a la que quería como hija y de cuya belleza y hermosura se enorgullecia, despreciando a cuantos deseaban tomarla por esposa.

Caraire deseaba casarla con su amigo inseparable, llamado Jarianare, el mas rico y poderoso de todos los habitantes de la tribu; su fortuna era fabulosa y su dueño soñaba con compartirla con la bella india que huía de el.

La muchacha estaba locamente enamorada de su compatriota Arite, indio intrépido y arrogante, pero desprovisto de fortuna, que no contaba mas que con el dia y la noche. Este se presento un día a ver al jefe y le pidió a Irua como esposa. Fue rechazado con todo desprecio por el cacique, hechandole en cara su pobreza, y tuvo que retirarse, triste y desalentado, sintiendo desgarro en su corazón porque amaba a la joven con pasión.

Desde entonces, su amor fue mas fuerte y fiero; intentaba convencer a la india para que huyese con el al confín del mundo.

Pero Irua temía la cruel venganza del cacique, que les hubiera perseguido y dado alcance, y prefería esperar convencerle.

Caraire, deseando alejar cuanto antes a Arite de la joven, le propuso ir con el a guerrear contra las vecinas tribus indias con las que sostenían frecuentes guerras. El muchacho aceptó con la esperanza de que, al ser dueño de un botín, conseguiría facilmente a Irua, la mas codiciada de las mujeres indias. Se despidió con gran dolor de la muchacha y ella le dijo:

       _Marcha tranquilo, que yo no quebrantare mi juramento.

Triste y silenciosa quedo la doncella, con las mejillas bañadas en lágrimas,cuando vio venir hacia ella al cacique, que, con tono inflexible, le dijo:

       _ Arite ya no volverá. En breve celebraras tu matrimonio con el indomable Jarianare.

No pudo escuchar mas la joven; su cuerpo se tambaleaba y sintiendo que se le iba la vida, cayó desfallecida.

Al día siguiente, apenas amaneció, se levanto muy decidida y se encamino a consultar al mas sabio de los viejos de la Guajira, un mago a quien todos los habitantes veneraban. Veía el porvenir en los astros y en las tranquilas aguas de las fuentes y en el rocío de las flores.

Irua le explico los sufrimientos, y luego el mago, consultando su ciencia, le contesto:
       _ El indio Arite no pisara mas los dominios de Caraire. Su espíritu andará errante por el espacio         y tu estarás condenada a lavar ropa a media noche en las orillas de la laguna, hasta que llegue el         hombre que adoras; le envolverás en tu amor y volaran juntos a las regiones inagotadas.

Gran tristeza causo a la muchacha las predicciones del sabio y se dejo consumir por la pena, lentamente, hasta morir de dolor, como el arroyo se seca por el calor del verano. Su único consuelo era llegar a fundir su espíritu con el del que amaba.

El cacique sufrió profundamente hasta derramar lágrimas a la muerte de la bella Irua, y la hizo enterrar cerca del lago con gran esplendor.

Sin embargo, Arite no había muerto; luchaba con arrojo en todos los combates, con la dulce esperanza de casarse con Irua, en recompensa. Pero cuando tuvo la noticia de su muerte, tiro las armas con desaliento. !Ya no le interesaba nada en la vida!.

Se encamino a su antigua tribu, atravesó extensos paramos y escalo alturas, llegando a la cumbre de un monte desde donde se divisaba el agua plateada de la laguna. Se acerco a ella y vio iluminadas por el resplandor de la luna las rocas de la orilla y sobre ellas unas siluetas blancas de mujeres etéreas, con el cabello al viento, que lavaban y tendían ropa en las peñas.

Se aproximo y lanzo un grito al reconocer entre ellas a Irua, al mismo tiempo ella, loca de alegría, iba a su encuentro.

Se unieron en un abrazo, e Irua le dio un beso frió, de ultratumba, que, removiéndole las entrañas, derramo en ellas el frió de la muerte.

Todos los habitantes acudieron al dia siguiente para contemplar el cadáver de Arite en las rocas del lago y se le dio sepultura junto a Irua.

El cacique murió a lo pocos meses, vencido por las tribus enemigas, desde entonces ven los indios su alma por las noches, que vaga por montes y llanuras, huyendo de las lavanderas nocturnas.

22 abr 2018

LA MAJAYURA, misteriosa princesa Wayúu


 MAJAYURA
                                                                                            por Julio Ariza Urbina



Cerca ya de la costa, donde la brisa cálida del lago impregna el aire con olor de mar, existe un lugar apartado en el que hay una caverna sagrada, llamada Puró, abierta bajo la tierra.
En aquella cueva, en la que nadie ha entrado jamás, habita una hermosa muchacha, que es la más bonita de todas las majayuras. Como ellas, está encerrada, blanqueándose entre las sombras, y ningún hombre se le puede acercar.


Esta majayura misteriosa no permaneció dos años en el encierro, sino que está allí desde hace innumerables lunas, siempre joven y bonita, pues el paso del tiempo no ha envejecido su cuerpo ni su rostro.
Algunas veces, cuando el sol calienta las rocas o cuando las estrellas se reflejan en el lago, la majayura de la cueva, cuidando de que nadie la vea, sale del escondite, brinca por encima de las pequeñas rocas, como albariscos y aceitunos silvestres y deja que sus pies se hundan entre la arena caliente.
Cuando en uno de estos paseos distingue con su rápida vista, que es tan aguda como la de un halcón, la figura de algún hombre, lo mira detenidamente y, si lo encuentra de su agrado, se transforma en una piedra blanca y se coloca en el camino del guajiro que ha despertado su deseo.
El hombre avanza fatigado por el calor y el polvo seco que le araña la garganta, y se fija de pronto en la roca tendida y en su lisa blancura que se destaca bajo los rayos del sol o entre las sombras de la noche, casi con la frescura de un pozo que se abriese en medio de los ardientes arenales.


Al verla, siente el deseo de detenerse a descansar sobre ella y camina de prisa para llegar pronto; pero cuando ya parece tenerla bajo los pies, la piedra se retira lentamente y él comienza a perseguirla, sin darse cuenta de que se le escapa una y otra vez, constantemente, hasta que al fin, obsesionado por el deseo de alcanzarla, cae dentro del lago y se ahoga.
Otras veces, la majayura, convertida en piedra, no se mueve, y deja que la alcancen los hombres que ha visto, pero en el momento en que la tocan quedan transformados en la piedra llamada Papach.
También acostumbra la majayura a desorientar al hombre que le ha gustado y, guiándolo por caminos desconocidos, lo conduce hasta la misma cueva Puró y allí se le aparece en su forma de mujer hermosa y atractiva, lo toma de la mano y lo hace recorrer la caverna, mostrándole los misterios ocultos para todas las gentes.
Y entonces, el hombre, fascinado por el encanto de la muchacha y por los prodigios que ve, se queda para siempre a vivir en la cueva.
Cuando alguno de los guajiros raptados por la majayura de tan extraña forma desea regresar entre las gentes de su tribu, ella lo deja marchar y, sacándolo de la cueva, lo conduce al camino del poblado, en el que lo abandona, desapareciendo misteriosamente.
Ya en su guanetu, el hombre olvida el tiempo transcurrido, pero no las cosas que le han sido mostradas y que siempre recuerda, aunque tiene que guardarlas para sí, pues si las contase a los demás, quedaría muerto, en castigo de haber intentado descubrirlas.

El texto de esta leyenda Wayúu está tomado del libro Kuai-Mare. Mitos aborígenes de Venezuela(Monte Ávila Editores, Caracas, 1993), de María Manuela de Cora, publicado originalmente en 1956.

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