Caribay era una princesa hija del sol y de la luna. De la tribu de los indios Mirripuyes, era considerada como el genio de los bosques aromáticos de los páramos andinos.
Un día Caribay vio volar en el cielo cinco águilas blancas, sus plumas brillaban a la luz del sol como láminas de plata, y quiso adornarse con tan raro y espléndido plumaje. Corrió sin descanso tras las sombras de las aves; por los valles, por los montes, por las cumbres solitarias de las montañas andinas.
Llegada la noche y a la luz de la luna, las misteriosas aves revolotearon por las crestas desnudas de la cordillera y finalmente se sentaron al fin, cada una en un risco, con las garras clavadas en la roca viva. Se quedaron inmóviles y silenciosas, con las cabezas vueltas hacia el norte, extentidas las alas gigantescas en actitud de remontarse de nuevo al cielo azul.
Caribay quiso cumplir su capricho y obtener las plumas que tanto ansiaba; llegó hasta las aves y al tocarlas, un frío intenso le entumeció las manos, las aves estaban congeladas convertidas en cinco enormes masas de hielo.
Dice la leyenda que las cinco águilas blancas se transformaron en los cinco picos más elevados de la Sierra Nevada de Mérida: Corona, Concha, Columna, Toro y León; los podemos admirar cubiertos de nieve en la estación lluviosa.
Adaptación de la leyenda escrita por Tulio Febres Cordero.
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